Nayla se acercó a la verja de hierro. Imposible, no se podía salir de aquel orfanato. Había afilados pinchos en la parte más altas y estaba electrificada.
- ¡ Nayla! ¡ven corre!
Se giró y vió a su amiga, Ailish, que la lamaba, con la mano en alto para ser vista. Todos los ingresados en el orfanato llevavan una camiseta y pantalón color ocre y estaba muy desgastado. Corrió hasta ahí y Ailish la cojió de la mano. La arrastró hasta una esquina y la miró, suplicante:
- Acompañame.
-¿A dónde?
- Fuera.
- Pero ¿ Cómo?
- He encontrado unos pasadizos por debajo del edificio, están escondidas pero no vigiladas. Podemos escapar por fin, Nayla.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Nayla, sin remedio. Tenía ganas de gritarselo al mundo, de saltar y reir pero no podía. En el orfanato la alegría estaba prohibida.
- Ve a por tus cosas, salimos esta noche.
Nayla se separó de Ailish y corrió hasta la habitación. Era una sala con nueve literas de mantas blancas y cojines duros y cilindricos.
Se acercó a su armario y sacó una pequeña mochila color azabache. Metió en ella una manta, una linterna, una bolsa de galletas y se puso un puñal de su madre a la cintura.
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